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lunes, 16 de enero de 2012

Volando en tren con Peter Gabriel, y más allá!



Si yo fuese violinista, un suponer, y me hubiera tocado tocar -valga la redundancia- en el concierto de Gabriel & The New Blood Orchestra en GEBA ese viernes del noviembre que pasó, incluso al cabo de 4 meses de pacientes ensayos habría estado en severos problemas en el momento del vivo. Especialmente si hubiese sido uno de esos dos o tres músicos que estaban establecidos más cerca de la mesita en la que Peter apoyaba su taza de té, de la cual sorbía breves tragos entre tema y tema, yendo y viniendo hacia y desde su pie de micrófono, que estaba por ahí nomás… Cómo hacer para tenerlo finalmente en carne y hueso ahí, enfrente, y que no te tiemblen las manos tocando tu instrumento, si encima hay decenas de miles mirándote? Cómo hacer para no dejarte hipnotizar por la magnífica presencia escénica del ídolo y su inigualable, omnipresente voz, interpretando esas canciones que construyeron parte de tu vida a lo largo de tantas experiencias imborrables, en todos estos años de los que se tiene memoria? Na… para mí hubiese sido simplemente imposible concentrarme en la tarea de ensamblarme con la orquesta y responder a lo que se habría esperado de mí sólo porque lo pude hacer muy bien en los ensayos. Hubiese sido un completo sufrimiento, estar ahí en ese escenario. Una espantosa tortura!!

Por suerte, no soy violinista (lo de “suerte” sólo se aplica en este caso), ni clarinetista (también ellos estaban cerca de la susodicha mesita del té, aunque unas filas atrás) y como mortal ciudadana común del montón, ahí abajo en la platea, pude darme el lujo de presenciar el concierto cómodamente sentada en una bonita silla, plástica -es lo que hay- del campo VIP. Detesto ideológicamente los campos VIP, pero alguien tuvo la generosidad de hacerme ese regalo, y la verdad… dejé de lado mis prejuicios y, aún con cargo de conciencia, agradeceré ese presente de por vida.

Presenciar un concierto de Peter Gabriel puede ser una experiencia extraordinaria no sólo en lo artístico. También es un encuentro místico entre una multitud de seguidores de alguien que se ha ido convirtiendo, a lo largo de las décadas, en un gurú, un chamán, un semidios… o como quiera que pueda llamársele a ese tipo que te transporta con cada canción a lo más profundo de tus propios temores, a tus amores, a tus ideales, a tus certezas.

Y el viernes, en GEBA, comprobé que lo ritual de este acto definitivamente trasciende las fronteras del sector popular. Excepto porque la gente en la platea está sentada y más cerca del escenario, la emoción del que observa es exactamente la misma en cualquier parte del estadio. Todos coreamos las notas pegadizas del puente instrumental de Solsbury Hill, todos levantamos el puño en alto con Biko, todos hacemos la alabanza al sol con el torso y los brazos que ascienden de a tres veces en In your eyes. Por qué…? No sabría explicarlo. Hay sentimientos que son difíciles de atravesar con la razón, y estar en un concierto de Gabriel genera muchos de ellos… definitivamente.

El Mago Peter logró que hasta los trenes que amenazaban molestar toda la noche con su presencia intermitente cada 5 minutos, fueran percibidos como parte integrante del evento! En sus únicas palabras en inglés de toda la velada (presenta siempre sus canciones leyendo en castellano la idea o historia principal de cada tema), el Gran Músico contó que su estudio inglés está adyacente a las vías del ferrocarril que conduce a Bristol, y que entonces aquí se sentía como en su casa. A partir de esa revelación, cada vagón que pasaba trasladaba mi imaginación a Inglaterra… Y calculo que algo similar habrá ocurrido con el resto de la audiencia, porque no oí a nadie quejarse del megainconveniente a la salida… y la magia se posó intacta sobre nosotros las más de dos horas y media que duró el espectáculo. La ovación final da buena cuenta de ello!

Peter y la orquesta nos cautivaron, hipnóticamente podría decirse, si sumamos al embrujo producido por una combinación sonora de altísima calidad y honda emotividad, la atrapante y esplendorosa producción visual que se desplegaba en las múltiples pantallas de LED, distribuidas dentro y sobre los bordes del escenario. Que el elemento video de los conciertos de Gabriel es siempre espectacular, ya lo sabemos todos. Pero esta vez se sumó a la potente puesta visual la compañía de una tremenda banda orquestal compuesta por casi 50 ejecutantes de primer nivel y con una dirección clarísima, con lo cual el efecto de la combinación fue sencillamente insuperable… incluso para alguien como yo, que acostumbro condimentar mi existencia casi a diario con los discos y los videos de Peter (los mejores videoclips que yo haya visto nunca, y eso incluye a todos los otros músicos de su talla, de los cuales también tengo sus compilaciones de videos… Ninguno lo supera! Ni cerca, le llegan.)

Y vos estás ahí sentado, o parado, en tu lugar entre la gente, y el tipo ahí arriba, con esa sencillez que tiene -en la que no hay un solo gesto que sobre, no hay un solo golpe de efecto, no hay un solo guiño de falsa complicidad con un demagógico “Hola Bonossairesss!” ni nada que se le asemeje- te lleva de viaje por un mundo de alucinación, de belleza, de congoja, de oscuridad, de clarividencia, de reflexión, de poesía, de quiebre, de armonía... Todo eso hay en las canciones de Peter, y todo eso también se explaya en las imágenes que su afiladísimo equipo de artistas visuales plasma en las piezas de video que se propagan contundentes desde el frente de la escena, pasando por todos los miles y miles y miles de ojos hasta el último pelo de la nuca del más distante de los espectadores allá arriba y al fondo. Te traspasa, sencillamente. Su arte te atraviesa y queda allí dentro tuyo forever on, al infinito y más allá, y después vos verás qué hacer con eso. Vos verás…

No en vano lo que estás escuchando son canciones que tal vez oíste decenas, cientos o incluso quizás hasta miles de veces las más antiguas –los hay ultrafans como yo, somos muchos, no soy la única!- y así como vos las escuchaste tan insistentemente, él las interpretó también un montón de oportunidades. Y yo creo que cada vez que lo hace, las vuelve a construir. Cada vez que las canta, la voz le sale del corazón mismo, de ese centro incandescente que las ha generado con una maestría que te permite seguir estremeciéndote, emocionándote una vez y otra vez y otra vez más… y además encontrar un nuevo sentido en las letras en cada nueva escucha! Yo creo que por eso su garganta no se deteriora, o no parece deteriorarse con la edad (ya van más de 4 intensas décadas de carrera, para él): no sólo porque la cuida con tecito que amorosamente apoya en una pequeña mesa ratona cerca de los violinistas más afortunados (o menos, según la perspectiva), sino además porque su canto es un instrumento, no un fin en sí mismo. Él no pretende impactarte con su técnica vocal, con sus habilidades interpretativas. Él simplemente usa su voz como un vehículo para que vos también entres en sus canciones con el corazón vibrando, y el raciocinio dimeado lo más posible hacia abajo, ahí al suelo.

La orquesta es otro espectáculo per se. Impresiona ver –y oír- a tantos talentos ejecutar las canciones que uno siempre oyó tocadas por una banda de altos músicos, eso sí, pero que nunca superaban la decena con toda la furia, ejecutando los instrumentos tradicionales del rock/pop actual -más algún extra gabrielístico de cabecera como ser un set de percusión africana, por ejemplo, en algunos casos-. Yo pensé que ahora iba a extrañar a los entrañables Tony Levin, David Rhodes, que uno ya pensaba que formaban casi parte del organismo mismo de Gabriel, extrañamente escindidos del cuerpo del maestro vaya a saberse cuándo, y por qué razón. Pero… hete aquí que suena esa enorme sinfonía tan diferente del paisaje musical que uno le conoce a su ídolo, y sin embargo al escucharlo da la sensación de que ESA es definitivamente la musicalización que les corresponde a estas canciones!
“Es la magia del cine”, diríamos los que trabajamos en la industria del celuloide. Sólo que aquí no estamos ante ninguna película… Esto está sucediendo de verdad ante nuestros ojos y oídos! A tan pocos metros de nosotros mismos!! Y mientras ocurre y uno no se cansa de sorprenderse ante cada nuevo tema –porque sí, los conocemos a todos pero con esta presentación la construcción es otra y cada canción parece ahora una casa nueva, no ya la anterior refaccionada- lo que estás deseando hacia el final, cuando empieza a insinuarse que pronto las velas dejarán de arder por esta noche, es que no se termine, no se termine y no se termine, nunca nunca nunca nunca…
 
Pero… sí, se termina.
Todo concluye, al fin, y Peter nos cuenta, en ese encantador castellano esforzado que lee en sus infalibles papelitos –que aunque puedan traspapelarse en San Jacinto, son infalibles igual- que ahora nos va a mandar a todos a dormir a la cama, a nuestras casas, con The Nest. Y mientras la gigantesca imagen de un pequeño niño acostado en posición fetal dentro de un nido de pájaro gira lenta e hipnóticamente en la pantalla, el último golpe de magia cae sobre nosotros y ya está, luego de eso ya sí, ya es el fin.
En el aplauso final Peter saluda, y… oh, sorpresa! Descubrimos que estaba en el piano! Pero si se había ido del escenario por el otro costado…

En fin, así es él. Sorprendente, inesperado, y el mismo enorme músico y activista político mundial cuyo arte, esencia y filosofía todos conocemos tan bien desde hace tanto tiempo, a la vez.

No importa que la ovación se extienda y el “oh, oh oh oh oh” pretenda lo imposible ya… porque aunque los casi 50 músicos aún se queden ahí como magnetizados por el público presente y el director de orquesta, después de saludar e irse, vuelva con su celular a filmarnos a todos nosotros post trance, retribuyendo lo recibido, el fin ya estaba previsto ahí, y ahí es. No más...

La desconcentración es pacífica, si bien numerosa. La gente sale como transportada quién sabe hacia qué lugar de su propio yo interno, mirando  levemente hacia abajo y más bien en silencio; mientras buscan la senda de regreso al mundo que los rodeaba antes, o que deberá rodearlos ahora.

Luego es difícil recuperar el habla racional por varias horas. Tal vez por bastante tiempo más que ese.
Las noticias del día siguiente golpean como el filo de un hacha, es duro volver a caer de nuevo en este cruel mundo material. Aunque… es necesario hacerlo. De otra forma, no podremos estar allí de nuevo cuando el Maestro pueda volver por estas tierras, a posar una vez más en nuestra vida su infinita magia sobre nosotros.
Y que Dios (y Peter Gabriel) permitan pronto ese regreso!