Estás en un
auto confortable, es de noche.
Llueve, afuera,
y mucho. Pero tenés resguardo, no importa. Estás yendo al campo, por la ruta,
en la llanura. Y el campo es un gran lugar hacia el cual vos, ser de ciudad, te
estás dirigiendo aunque aún no sepas exactamente de qué se trata. Seguramente
vas imaginando ese destino, dibujando líneas de un trazado aún incierto...
Y estás yendo.
Yendo, no volviendo. Yendo, hacia adelante. Y todo es futuro, ahora, en este
micromundo.
Y vos, en este
sitio, sos Dolores Fonzi (Elisa) y a tu lado tenés al bueno de tu marido, Leo
Sbaraglia (Santiago), conduciendo con adusta seguridad ese cómodo vehículo con
el que en algún momento llegarán allí, al mundo en donde empieza ese futuro que
están delineando. Al Campo. A donde él quiere llevarlas, a vos y a Matilde, tu
pequeña y hermosa hija.
Y él, ese que
conduce tu coche en medio de la copiosa, ya casi amenazante lluvia, es también
Hernán Belón. El director de esta película fascinante que está empezando a
contarte. Fascinante no sólo por lo arriesgada e inusual –en relación,
fundamentalmente, a las últimas apuestas del actual cine argentino- sino
también por lo honesta, por lo lograda, por lo directa.
Sin regodeos de
ningún tipo, sin atajos, Belón te guía directo hacia ese suelo que quiere
mostrarte, que intenta que conozcas. En la oscuridad reinante, en el frío que
construye un abrazo circular alrededor, encontrarás el relato que él y su
mujer, Valeria Radivo, escribieron para contarte. Y que a partir de que saques
el pie afuera de ese cómodo auto y entres, será también Tu historia, Tu Campo.
Y así
transcurren Elisa y Santiago: en ese sitio al que él quiso llevarla, al que
ella se deja llevar sin haber estado allí nunca. Él conoce el paño y construye
grandes planes sobre lo que ya le pertenece. Ella, en cambio, es ajena y aún
hay cosas que no sabe.
Y en ese
desbalance sobre el destino que los aguarda y que hay que seguir inventando, radica
el nudo del problema que va a provocar el conflicto en esta pareja, entre esos
padres de una niña que requiere aún más atención que la habitual, en un medio
que su ingenuidad desconoce por completo y que implica, por ende, nuevos
peligros por todos lados.
En medio de
este clima enrarecido y denso, a los actores del asunto tanto como a los
espectadores se nos plantean intensas inquietudes.
Por qué al amor
sucede el deseo y al deseo el encuentro, y al encuentro sucede el vacío, tal
vez. Sucede la distancia, la duda. Hasta incluso la afrenta.
Por qué al
regocijo sucede el temor y al temor el miedo, y al miedo no sucede nada más.
Hasta que se vaya, ese miedo. Si es que se va...
Por qué la
muerte aguarda ahí agazapada, a la vuelta del camino, y puede aparecer sin
previo aviso para sumirte de pronto en la pérdida...
El relato es
claro, conciso y conmovedor. Impecable y sugerente en su preciosa
cinematografía, que subraya las oscuridades y contradicciones de un mundo de
aristas contrastantes. Estremecedor en un sonido que te sumerge en ese crudo, agreste ambiente, recordándote a cada instante el carácter material y
acechante de cada uno de los elementos que te rodean.
Matilde, la
preciosa niña, la hija, es guiada por sus padres a lo largo de este lugar extraño
tanto como es llevado por allí el que observa, desde su butaca. Es un sitio de
emociones simples y fuertes, a veces violentas, que transmiten los actores con
una ductilidad amplísima y conmocionante, que te atrapa allí, viviéndolo con
ellos.
Hay una vieja
señora (Pochi Ducasse, extraordinaria en este rol) que carga en sus espaldas
toda una vida campestre y es un espejo en el que Elisa - Dolores- no quiere
verse reflejada. Pero al cabo del transcurso de un camino imprevisto, ambas
crecen con la relación. La más joven, sobre todo, que transita un importante
cambio interno que la transforma sutilmente.
Hay un momento
de recreo, una noche de diversión en que las tensiones entre Santiago y su
esposa se relajan. Ella se pierde alegre en el vaho alcohólico de un delicioso
chamamé campestre, en medio de la pequeña multitud que ríe, que se une en
parejas, que se da calor. Al cabo de ese intenso desahogo, en donde se acercan
las posiciones de los protagonistas, se engendra –creemos- la posibilidad de
que la unión entre ambos perdure...
La experiencia
servirá para todos, y el viaje nos dejará saboreando lo vivido y aprendiendo de
lo reflexionado entre dosis de crudo peligro animal y refinada ciencia humana
para traspasar los límites.
por: Carolina Graña, lavialacteafilms@yahoo.com.ar /// Mayo,2012.